TEMPO
Seguro que todos habremos dicho más de una vez: ¡No tengo tiempo pá ná! Esto, que parece una frase hecha y pobre disculpa, en realidad es una verdad tangible y aprensible.
No tenemos tiempo. El tiempo pasa tan rápidamente que apenas nos da para saborear los acontecimientos de pasada. Siempre vamos rápidos, ligeros, con mas prisa que pausa, con una aceleración innecesaria. Porque el problema no es que no tengamos tiempo; el problema está en que lo aprovechamos mal.
La percepción del tiempo varía con los años. Recuerdo que de pequeño los veranos eran interminables, largos y fructíferos porque hacía cosas que resultaban satisfactorias para mi corta edad. Pese a estar todo el día ocupado jugando, nadando o haciendo miles de cosas, recuerdo que el final de curso aparecía como una fecha en la cual se detenía el pulso normal de la vida, para dar paso a un maravilloso tiempo de experiencias diferentes. Ese tiempo de dos meses, casi tres, se hacía lejano en el horizonte, y la recuperación del pulso normal de la vuelta al cole se antojaba extremadamente lejana. Ahora mi mes de vacaciones pasa en un suspiro, casi sin sentir y sin que suponga un cambio radical en lo que hago habitualmente.
Mi percepción del tiempo ha cambiado, ahora todo sucede mucho mas rápido. A un día le sucede otro tan deprisa que casi ni se percibe la transición entre uno y otro. Esa misma percepción rápida del paso del tiempo supone que me estoy haciendo viejo y que cada vez dispongo de menos tiempo para todo.
Repasando someramente lo que es mi vida cotidiana sencillamente pienso que pierdo el tiempo miserablemente en cosas que me resultan tediosas. Veamos: Me levanto sobre las siete de la mañana. Trabajo de ocho tres de la tarde en una tarea que sólo me reporta cabreos día sí y día también. Después de comer he de lidiar con un adolescente y un niño que me someten a continuadas sorpresas desagradables y tareas cada vez mas complicadas y que ocupan muuuucho tiempo (al que inventó las actividades extraescolares habría que mandarlo a una isla desierta para que recapacitara de lo mal que lo ha hecho). Antes era mas sencillo: nos mandaban a la calle a jugar y nos gritaban desde la ventana al atardecer para que volviéramos. Pero cualquiera manda ahora a su hijo a la calle, porque entre coches y peligros variados mas vale ni intentarlo. Después queda ese final de la tarde en el que tienes que preparar la cena y acaso contemplar la caja tonta durante un rato antes de irte a la cama, que ni ganas te queda de un refocile de la parte baja.
Yo percibo que no tengo el tiempo suficiente para hacer lo que quiero. Y lo que es peor; lo que hago generalmente es dilapidar el poco tiempo del que dispongo en tareas, las más de las veces absurdas y estúpidas.
A todo esto y al ritmo frenético al que nos sometemos, la llegada de las nuevas tecnologías masivas de la información, o sea Internet y todos sus añadidos nos ha permitido, a los sufridos habitantes del primer mundo, poder acceder a tanta información, que conseguimos perdernos en el ruido que ésta conlleva.
Puedo bajarme cientos de películas con el mula, puedo acceder a cientos de periódicos, libros, y toda clase de información desde recetas de cocina al porno mas duro o blando. Pero: ¿Qué hago con todo esto? Sólo soy capaz de procesar una ínfima parte de lo que recibo, tal vez debido a que soy cortito de entendederas, no lo dudo. ¿Soy capaz de oír todos mis discos, ver todas mis películas, usar todos mis programas o leer todos los libros que me van llegando.
Yo, la verdad, me siento incapaz de hacerlo. He de cortar de alguna manera, porque pierdo el poco tiempo que me queda libre en chorradas como bajarme una película que no voy a ver nunca.
Tengo que hacerme el firme propósito de seleccionar lo que debo de considerar importante, porque si no lo hago me temo que acabaré, no sin tiempo, sino aburrido de tanto que tengo y no uso.
La abundancia de todo ha traído su propia penitencia: el hastío de todo.
Tal vez sea tiempo de empezar a recuperar los paseos, los paisajes, el estar con las personas charlando o jugar con los niños al baloncesto en vez de que te exijan que dejes el ordenata porque quieren jugar al Need for Speed.
Va a ser el momento de dejar la televisión, el Internés y todas las estupideces que nos hemos ido creando como obligación en esta sociedad que nos hemos dado.
En fin, el escribir esto no es mas que terapia, que por lo menos es gratis, porque la realidad se impone aplastando todos los buenos propósitos, aunque desde luego no estaría de mas el intentarlo. Probaré a ver que pasa y ya contaré
© Alfonso Merelo Abril de 2004
No tenemos tiempo. El tiempo pasa tan rápidamente que apenas nos da para saborear los acontecimientos de pasada. Siempre vamos rápidos, ligeros, con mas prisa que pausa, con una aceleración innecesaria. Porque el problema no es que no tengamos tiempo; el problema está en que lo aprovechamos mal.
La percepción del tiempo varía con los años. Recuerdo que de pequeño los veranos eran interminables, largos y fructíferos porque hacía cosas que resultaban satisfactorias para mi corta edad. Pese a estar todo el día ocupado jugando, nadando o haciendo miles de cosas, recuerdo que el final de curso aparecía como una fecha en la cual se detenía el pulso normal de la vida, para dar paso a un maravilloso tiempo de experiencias diferentes. Ese tiempo de dos meses, casi tres, se hacía lejano en el horizonte, y la recuperación del pulso normal de la vuelta al cole se antojaba extremadamente lejana. Ahora mi mes de vacaciones pasa en un suspiro, casi sin sentir y sin que suponga un cambio radical en lo que hago habitualmente.
Mi percepción del tiempo ha cambiado, ahora todo sucede mucho mas rápido. A un día le sucede otro tan deprisa que casi ni se percibe la transición entre uno y otro. Esa misma percepción rápida del paso del tiempo supone que me estoy haciendo viejo y que cada vez dispongo de menos tiempo para todo.
Repasando someramente lo que es mi vida cotidiana sencillamente pienso que pierdo el tiempo miserablemente en cosas que me resultan tediosas. Veamos: Me levanto sobre las siete de la mañana. Trabajo de ocho tres de la tarde en una tarea que sólo me reporta cabreos día sí y día también. Después de comer he de lidiar con un adolescente y un niño que me someten a continuadas sorpresas desagradables y tareas cada vez mas complicadas y que ocupan muuuucho tiempo (al que inventó las actividades extraescolares habría que mandarlo a una isla desierta para que recapacitara de lo mal que lo ha hecho). Antes era mas sencillo: nos mandaban a la calle a jugar y nos gritaban desde la ventana al atardecer para que volviéramos. Pero cualquiera manda ahora a su hijo a la calle, porque entre coches y peligros variados mas vale ni intentarlo. Después queda ese final de la tarde en el que tienes que preparar la cena y acaso contemplar la caja tonta durante un rato antes de irte a la cama, que ni ganas te queda de un refocile de la parte baja.
Yo percibo que no tengo el tiempo suficiente para hacer lo que quiero. Y lo que es peor; lo que hago generalmente es dilapidar el poco tiempo del que dispongo en tareas, las más de las veces absurdas y estúpidas.
A todo esto y al ritmo frenético al que nos sometemos, la llegada de las nuevas tecnologías masivas de la información, o sea Internet y todos sus añadidos nos ha permitido, a los sufridos habitantes del primer mundo, poder acceder a tanta información, que conseguimos perdernos en el ruido que ésta conlleva.
Puedo bajarme cientos de películas con el mula, puedo acceder a cientos de periódicos, libros, y toda clase de información desde recetas de cocina al porno mas duro o blando. Pero: ¿Qué hago con todo esto? Sólo soy capaz de procesar una ínfima parte de lo que recibo, tal vez debido a que soy cortito de entendederas, no lo dudo. ¿Soy capaz de oír todos mis discos, ver todas mis películas, usar todos mis programas o leer todos los libros que me van llegando.
Yo, la verdad, me siento incapaz de hacerlo. He de cortar de alguna manera, porque pierdo el poco tiempo que me queda libre en chorradas como bajarme una película que no voy a ver nunca.
Tengo que hacerme el firme propósito de seleccionar lo que debo de considerar importante, porque si no lo hago me temo que acabaré, no sin tiempo, sino aburrido de tanto que tengo y no uso.
La abundancia de todo ha traído su propia penitencia: el hastío de todo.
Tal vez sea tiempo de empezar a recuperar los paseos, los paisajes, el estar con las personas charlando o jugar con los niños al baloncesto en vez de que te exijan que dejes el ordenata porque quieren jugar al Need for Speed.
Va a ser el momento de dejar la televisión, el Internés y todas las estupideces que nos hemos ido creando como obligación en esta sociedad que nos hemos dado.
En fin, el escribir esto no es mas que terapia, que por lo menos es gratis, porque la realidad se impone aplastando todos los buenos propósitos, aunque desde luego no estaría de mas el intentarlo. Probaré a ver que pasa y ya contaré
© Alfonso Merelo Abril de 2004
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janet -