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- MEMORANDO -

¿Dónde vamos? O ni se le ocurra organizar una comida de empresa

¿Dónde vamos? O ni se le ocurra organizar una comida de empresa ¿Este año dónde vamos a ir a comer? Esta pregunta se la plantean muchos cuando se acerca la fecha navideña, porque los compañeros de trabajo suelen reunirse para compartir una comida o cena anual, que incluye a jefes y a casi todos los empleados a cargo.
Esto, que podría ser una cosa sencilla, se torna cada vez mas complicada.
Si paga la empresa, no hay problema, ya que el gorroneo está decidido de antemano y sólo resta aprovecharlo lo mas posible. El problema se vuelve interesante cuando son los propios compañeros los que organizan la comida. Generalmente esta función se delega en alguien, que acepta remiso. Alguien que durante unos días se transforma en foco de atención para el resto de la oficina. Preguntas tales como: ¿dónde vamos a ir? ¿qué vamos a comer? ¿Puedo llevar a mi señora?, transforman al pobre “voluntario” en blanco de la diversidad antagónica de sus compañeros. Porque ese es el quid de la cuestión: la diversidad. Si se propone un día concreto, a dos no les viene bien. Si se dice que cena, cinco dicen que comida. Si se dice que vamos fuera de la ciudad, cuatro, que coinciden con los de la cena, dicen que ellos no cogen el coche. En definitiva una serie de problemas que sufre el “organizador”.
Una vez que el día y la hora se ha decidido, se debe llamar por teléfono a varios restaurantes o salones de comidas para ver si se pude disponer de mesa para la fecha. Como el proceso de negociación sobre la fecha ha sido árduo, resulta que estamos a día 10 y la comida es el 12, obviamente la mayoría de los lugares no disponen de plazas. Por fin se descubre un restaurante que tiene a su disposición sitio suficiente. Ha llamado previamente a 14 restaurantes, 12 salas de banquetes, 4 pizzerías, y 5 chinos y en todos le han dicho que no disponían de sitio, por tanto el “organizador” toma una decisión. Reserva mesa para 14 comensales.
Ese es el peor error que se puede cometer, porque una vez concertado el local, Francisco, el de administración, que se acaba de enterar que hay comida dice:
- ¿El Braseador Compulsivo? ¿Ahí vamos? Pues conmigo no cuentes, que una vez fui y me pusieron la carne medio cruda y después muy hecha. Nada, nada es una mierda.
Ya tenemos lio. Unos dicen que si otros dicen que no, pero al final Francisco, el de administración, cede y consiente. El “organizador” respira por fín. La tranquilidad sólo dura hasta el momento en que se muestra el menú. ¿Gambas? Si en navidades las ponen congeladas. A mi no me gustan los espárragos. ¿Paté para untar?, yo prefiero chuletón, y así hasta el infinito.
Se llega a un consenso de mínimos, no sin antes haberle prometido el mismo “organizador” a Charito que el le da sus espárragos y se los cambia por la “coqletas” de rape, que a ella no le gustan.
El día está ya aquí. Con el permiso de los jefes se sale un pelín antes y todos se dirigen al Braseador Compulsivo, que naturalmente se situa en un lugar donde no hay aparcamientos. Llegados al restaurante, los primeros se relajan tomando unas cervecitas menos Jose Carlos, el de compras, que se pasa directamente al Rioja de marca. En esto suena el móvil. Es Carlos, el de inventario, que no sabe donde está. Después de explicarle por dónde puede acceder, aparece Begoña, que no pensaba venir pero que al final si puede porque le ha dejado los niños a sus suegra. Como la mesa está preparada para catorce, hay que hacer hueco, con lo que todos se estrechan mas si cabe, porque el sitio ya no era de por sí enorme.
Han llegado todos. Comienza la comida. El camarero se muestra impotente para atender tantas peticiones a la vez. ¡Una Cerveza! ¡A mi una clarita pero con dos deditos sólo de casera! Jose Carlos sigue con el rioja de marca, ya lleva media botella y el camarero opta por dejarla a su lado. Al menos así se ahorrará el rellenar la copa cada cinco minutos.
Llegan los entremeses. Comentario general: ¡Que poco jamón! Y además de pata negra nada, que el que tengo en mi casa si que es auténtico. Se continúa bebiendo, y cada vez que llega un plato nuevo el grado de insatisfacción va a aumentando.
¡Estos calamares son congelados!
¡La lechuga está muy verde!
¡Los taquitos de atún están fríos!
El único que no dice nada es Jose Carlos que ya va por la segunda botella.
El maitre se acerca para preguntar por lo platos principales. A Mari Cinti se le ocurre pedir carne en salsa, pero sin salsa. El maitre le contesta que la carne en salsa, como su propio nombre indica, tiene salsa y que no es posible quitarla, si bien dirá a la cocina que le pongan poca.
Cuando llegan los platos a la mesa, Jose Carlos, que ya ha empezado la tercera botella, comenta que su carne asada está en su punto. Ya no dice mas y sigue comiendo y bebiendo. Debe ser el único al que le gusta el plato. Los que pidieron pescado en salsa verde opinan que la salsa está salada. Tal vez sea consecuencia de que el pescado es bacalao. Los que pidieron carne no se ponen de acuerdo; para unos está poco hecha y para otros muy pasada.
El que no dice nada ni siquiera levanta su mirada de su plato es el “organizador”. Todas las quejas generales han pasado por él, y a grandes gritos ha tenido que soportar la humillación de Angel, que le ha espetado: ¡Si lo hubiera organizado yo, esto no habría pasado, porque conozco yo un sitio que…! (al margen habría que decir que nuestro organizador piensa: ¡por mis muertos que la próxima la va a organizar tu puta madre!)
Lo pero está por llegar. Después de los postres, los cafés el cava y las copas, llega la hora de pagar a escote. ¿Quién recibirá el aporte de cada comensal? Evidentemente el “organizador”. Ya que estamos pues que haga la faena completa. De momento el cubierto sale a 40 euros en vez de a 30 que era lo pactado. Grandes voces hablan de estafa y de timo. El “organizador” que ya sabía lo que iba a pasar, habla con voz cortada de lo que se ha consumido aparte del menú y que consiste en: 4 botellas de rioja de reserva del 94, tres platos mas de jamón y 4 de caña de lomo, un plato de venado, porque Mari Cinti devolvió su carne en salsa porque no le gustaba, tres helados mas que Gloria es muy chuchera, 12 güiskis Cardús, 4 "caféses" irlandeses, dos puros, y cuatro paquetes de tabaco. Total 10 euros mas por persona. Después de airadas protestas, el personal paga y se deja propina, porque eran 39,75 lo que correspondía a cada uno y se han pedido 40. Este intento de “propinar”, es coartado por Rafael que dice que de propina nada, que se emplee de fondo para copas posteriores. ¡Claro que sí. 3 euros con setenta y cinco para copas! Todo un capital.
La reunión se levanta. El “organizador” se despide de los camareros con la mirada gacha. Se acabó. Ahora de copas al pub mas cercano. El “organizador”, mira disimuladamente como se alejan sus compañeros y piensa: ¿Copas… y una leche? ¡A mi casa, pero rapidito. Que les den por saco!

© Alfonso Merelo

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