Eclipse
Sobre las 11 de la mañana he salido de mi trabajo a desayunar como hago habitualmente. Dado que aun hace calor y luz intensa, antes de salir del edificio me he puesto mis habituales gafas de sol. La sorpresa se ha producido al alcanzar la calle. Una luz diferente, apagada es la que me ha recibido. No se trataba de nubes, ni de crepúsculo: era una luz diferente que nunca vemos. Inmediatamente he recordado que hoy había previsto un eclipse para esa hora precisamente. No lo había recordado en toda la mañana y por eso me sorprendió ver esa extraña luminosidad. La luz era sombría, si es que eso puede darse, y producía unos extraños reflejos matizando las sombras de los árboles. El día era mas dorado, pero de color del oro viejo.
No puede echar un vistazo al sol directamente, aunque aquí en Huelva no se dio el eclipse anular completo, puesto que no me había provisto de esas divertidas gafitas que hacían parecer a la gente recién salida de una peli en 3D. El espectáculo estuvo en contemplar la luz que se filtraba y se oscurecía por todos lados. Era un espectáculo infrecuente y precioso. La ciudad se veía bajo otro prisma y un diferente colorido que destacaba por sus claroscuros.
Imagino cómo debieron de sentir estos fenómenos nuestros antepasados cuando no se conocían los fenómenos astronómicos. Si yo, que se supone tengo un cierto conocimiento de estos sucesos, me sorprendí momentáneamente y me maravillé del contraste, no puedo sin siquiera suponer la reacción de gentes del siglo X ante los mismos hechos. Si la ciudad quedaba envuelta en una luz fantasmagórica, pero explicable, sin esa explicación el efecto debió ser siempre terrible. No es de extrañar los miedos y los suicidios que se dieron en muchos casos ante acontecimientos similares.
El eclipse pasó y el mundo no acabó.
Pero en mi interior, muy en el fondo, sentí un temor atávico. Un miedo a la situación que se vio incrementado con un ligero viento fresco que se desató en ese momento.
Indudablemente los eclipses nos afectan, y mucho.
Esperemos al próximo que será allá por el dos mil ventitantos, creo
© Alfonso Merelo
No puede echar un vistazo al sol directamente, aunque aquí en Huelva no se dio el eclipse anular completo, puesto que no me había provisto de esas divertidas gafitas que hacían parecer a la gente recién salida de una peli en 3D. El espectáculo estuvo en contemplar la luz que se filtraba y se oscurecía por todos lados. Era un espectáculo infrecuente y precioso. La ciudad se veía bajo otro prisma y un diferente colorido que destacaba por sus claroscuros.
Imagino cómo debieron de sentir estos fenómenos nuestros antepasados cuando no se conocían los fenómenos astronómicos. Si yo, que se supone tengo un cierto conocimiento de estos sucesos, me sorprendí momentáneamente y me maravillé del contraste, no puedo sin siquiera suponer la reacción de gentes del siglo X ante los mismos hechos. Si la ciudad quedaba envuelta en una luz fantasmagórica, pero explicable, sin esa explicación el efecto debió ser siempre terrible. No es de extrañar los miedos y los suicidios que se dieron en muchos casos ante acontecimientos similares.
El eclipse pasó y el mundo no acabó.
Pero en mi interior, muy en el fondo, sentí un temor atávico. Un miedo a la situación que se vio incrementado con un ligero viento fresco que se desató en ese momento.
Indudablemente los eclipses nos afectan, y mucho.
Esperemos al próximo que será allá por el dos mil ventitantos, creo
© Alfonso Merelo
3 comentarios
Consumidor irritado -
AMS -
Y ahora que cago: en ese año me jubilaría. ¡Arghhhhh!
RSMCoca -
Y dicen que el de 2026 es total. Habrá que verlo...