El viajar no siempre es un placer
Si de algo estoy plenamente convencido es que las vacaciones cansan. Y las vacaciones que impliquen un viaje a alguna ciudad o país mas o menos remoto cansan mucho más.
Así que ya que se acaban las vacaciones de casi todos los mortales: ¿vuelven ustedes con las pilas cargadas, o por el contrario están peor que antes?
Yo me he cansado en las vacaciones, que no de las vacaciones.
He visitado tres países de centro-europa durante diez días y he soportado colas en cuatro aeropuertos diferentes, el último en Madrid- Barajas donde el control de pasaportes estaba atestado (menos mal que un guardia civil, con bastantes dotes de improvisación e inteligencia, abandonó su cabina, se puso en la cabecera de la cola y fue despejando gente con una velocidad pasmosa día 27 en Barajas sobre las 7 de la tarde).
Las vacaciones son, o deberían ser, para relajarse, tranquilizarse y reponer energías para volver al trabajo. Y sin embargo solemos pegarnos unas palizas de padre y muy señor mío durante el trascurso de las mismas. Y es que queremos hacer tantas cosas que se nos va el tiempo en hacerlas, pero sólo en hacerlas, no las disfrutamos. Seguimos corriendo detrás de unos presupuestos de felicidad que no son tales. Viajamos para llegar, no por el placer del viaje en sí. Y cuando llegamos, rápidamente, hay que volver. Seguimos con esa velocidad exasperante que hemos impreso a esta sociedad desquiciada. Es verdad que mi viaje veraniego no hubiera podido ser sin la ayuda de los aviones, por pura falta de tiempo, pero ¿tal vez no hubiera sido mejor no viajar tan lejos y disfrutar un poquito mas de la propia aventura de viajar?
Yo me considero un viajero mas que un turista. El propio viaje, sobre todo si me llevan, es un disfrute para mi. Por eso el avión, pese a su reconocida utilidad, es para mi un medio frío y carente de alma. No te da tiempo a conocer a los pasajeros y con las azafatas, perdón: auxiliares de cabina, sólo intercambias dos palabras para pedir el periódico o una bebida.
Mi trasporte favorito, es y ha sido siempre, el tren. En él he pasado ratos muy agradables en los viajes largos y he conocido gente muy interesante en ellos. En esas largas horas de viaje, el AVE no cuenta, se tenía tempo de confraternizar con el que se sentaba en frente o en la cafetería compartir un trato de charla con el vecino. Durante los 80 viajé mucho de Madrid a Cádiz en tren. Mi trabajo madrileño me obligaba a coger muchos trenes nocturnos, donde, tomando un bocadillo o una cerveza en los vagones restaurantes, ¡que los había, se lo prometo!, entablabas afinidades con los viajeros que como tú iban y venían. Y nos contábamos qué nos llevaba a la capital o dónde se podía ir a comer en Cádiz, o el mejor sitio para ver el carrusel de coros o comer bocadillos de calamares en la Plaza Real por supuesto. Lamentablemente con las prisas actuales hemos perdido la capacidad de relacionarnos porque en cuanto comienzas el viaje ya casi estás y claro así no hay manera.
Si pueden viajar alguna vez en un tren lento, de los de antes, háganlo. Seguro que vale la pena. Y... háganlo solos. La compañía hay que encontrarla, no llevarla.
© Alfonso Merelo 2006
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