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- MEMORANDO -

5. Reflexiones de un verano (2003)

5. Reflexiones de un verano (2003)

Hay que ver lo parecido que puede ser el verano - y las vacaciones- a un relato de ciencia ficción. ¿Es posible que durante este periodo, las confluencias cósmicas y místicas nos transporten a un universo alternativo, donde nada es, ni remotamente, parecido a lo que estamos acostumbrados a ver?
El mes de agosto suele ser el mes de vacaciones para la mayoría de los españolitos de pro que, generalmente, doran sus cuerpos, protegidos con mejunjes blanquecinos de factores diversos, en playas, piscinas y montañas.
Se supone que las vacaciones deberían ser un periodo de descanso, que alejara, y relajara, a todos del supuesto estrés ocasionado por trabajar durante once meses. Pero curiosamente en las vacaciones lo que se propone casi nunca llega a realizarse. Miles de actividades, a cual mas estúpida, hacen que lo de descansar se convierta en una entelequia.
Tomemos por ejemplo, una de las actividades que suele hacer un veraneante: acceder a un parque temático. Estos parques han proliferado en nuestro entorno como setas. Terra Mítica, Warner, Isla Mágica y otros muchos más se han incorporado al supuesto ocio de todos los españoles. Si se llega al parque en un día de calor, cosa consustancial con el mes de agosto, el supuesto divertimento se convierte en un viaje al punto más remoto e inhóspito del universo. La búsqueda de agua para aliviar los calores se asemeja a la odisea de los fremen en Arrakis, sobre todo por el costo de la misma. Además, y fijándose sólo un poquito, se pueden observar decenas de personajes extraterrestres de todo pelaje y condición. Y no me estoy refiriendo a los actores disfrazados de Piolín o del Pato Lucas, sino a los visitantes que llenan ese parque. ¡Se ve cada cosa! Sólo por ese motivo merece la pena pagar la entrada. Se pueden observar señoras que, indudablemente acuciadas por “la caló” y sin el mas mínimo recato, se despojan de basquines y enaguas, mostrando sus dudosos encantos; o señores que quedan en calzones, después de haber pasado por el refrescante baño de la fuente, en la que, casualmente, está prohibido bañarse. Realmente el espectáculo resulta tremendamente divertido, a pesar de su patetismo. En la película Freaks es posible contemplar un remedo aproximado de estos impresionantes cuadros humanos.
Pero no todo el veraneo puede consistir en estas visitas, ya que todo veraneante que se precie de serlo ha de acudir alguna vez a la playa. Ahí es donde se aprecia de manera inequívoca que estamos en un mundo de fantasía y ciencia ficción.
A la playa se puede acudir de varias maneras. Supongamos que contemplamos el fenómeno que se denomina “dominguero”. Este fenómeno resulta digno de un estudio sociológico comparable al efectuado en Los desposeídos. El dominguero pertenece a una de las especies que con más solera y carácter que se ha venido desarrollando en nuestro ecosistema. El dominguero, y su familia, son una tribu urbana de lo más pintoresca que contiene cualidades dignas de especie a proteger. Obviamente se trata de seres de otro mundo de visita en el nuestro. Suelen llegar a la playa con la sombrilla, la mesa, el flotador, la nevera, doce sillas, la tortilla y el transistor . Al observarlos, se puede fácilmente deducir que es muy posible que el mirón haya cruzado un puente Einstein-Roseem-Podenski - ese que sale en Sliders-, ya que de su observación se infiere que sus hábitos, modos y costumbres, son radicalmente diferentes a los de la especie humana. El playero-dominguero se suele rodear de una variada fauna, su manada, consistente en varios niños, una mujer -la propia-, algún que otro cuñado o cuñada y, en algunos casos, de la suegra , del suegro o de ambos. También es posible la inclusión de algún o varios hermanos y hermanas -este último añadido facilita un rato de sano jolgorio al observar la continuas trifulcas entre el macho dominante y su hembra a cuenta de éste hermano-hermana-. El manual del autoestopista galáctico recomienda huir de este tipo de seres, puesto que de alguna manera afectan terriblemente al microclima local y a la propia seguridad personal del bañista.
Si se es un buen observador se verá que no sólo el dominguero es una de las faunas alienígenas que se encuentran en la playa. Está también el caso de los clones. Porque en la playa hay clones, clones de otros, pero clones a fin de cuentas. Esos cuerpos perfectos tanto de varones como de hembras no son naturales. Seguro. Tienen que haber sido diseñados por ingeniería genética, o miles de horas de quirófano. El mirón playero observará la excelente calidad de la raza hispana, europea o mundial. Es evidente que se hicieron experimentos genéticos hace unos veinte años para mejorar la raza, porque lo que se puede observar en algunos casos es propio de la genética del año 3000 y no de la actual. Desgraciadamente también se encuentran otros tipos que parecen directamente sacados de La isla del Doctor Moreau. El choque visual es muy impactante. Es seguro que ese panorama recordará, al avispado, el escenario de la taberna de ola Guerra de las galaxias. Gracias habrá que darle a alguien de que no suela haber espejos en la playa, porque el resultado de la propia observación suele ser del segundo tipo; el del Doctor Moreau.
La raza de playero veraneante, en cualquiera de sus modalidades: dominguero, voyeur o chulo-piscinas (esto es, el clónico musculitos), no puede obviar un ritual imprescindible: es inherente a la condición antedicha, la de veraneante, acercarse a cualquiera de los miles de chiringuitos que se ubican en las localidades costeras, al lado justo del mar. El llegar allí supone primero una travesía por el desierto de arena caliente, quemándose los pies, si no se ha tenido la precaución de calzarse alguna de las espantosas chanclas que todos usan en verano. Una vez que se consigue llegar al chiringuito se produce lo que se denomina incompatibilidad del protocolo de comunicaciones. Los niños, que seguro que están, piden cosas extrañas que resultan incomprensibles. Refrescos inverosímiles que recuerdan bebidas que se han visto en las películas, pero que en ninguna de las más terribles pesadillas se atrevería uno a probar. El problema se agudiza cuando el espécimen de “homus-chiringuitus” se convierte en degustador y se decide a pedir algo de picar. La comida de chiringuito es casi igual a la que usan los astronautas en sus misiones: no recuerda para nada el aspecto o sabor de lo pedido. Si tomamos por ejemplo un pincho de tortilla -en la modalidad terrestre la tortilla es cocinada con huevo, patatas fritas y aceite de oliva- es seguro que ésta sabrá a sardina, exactamente igual que el filetito de lomo, que recordará en su sabor al pescado que ha sido asado a su lado. Es decir la comida de chiringuito es similar al Soylent Green de la película del mismo nombre (a este respecto sería lo mismo acudir a una de esas hamburgueserías de nombre escocés). Además, cuando se va a pagar, se comprueba que el mundo de Mercaderes del espacio está aquí mismo.
Después de haber vivido esta intensa aventura se puede optar por volver a acercarse a la orilla de la playa. Como ha pasado un rato, el gentío habrá aumentado y, por tanto, el escenario de Hagan sitio, hagan sitio se vuelve real y tangible. ¡Cuanta gente! Es imposible encontrar un centímetro cuadrado de arena disponible. Así que el único recurso consiste en abandonar la playa para dirigirse a casa, al hotel o al apartamento. Allí, después de comer, se puede optar por la tan patria siesta. Ésta resultará imposible si el veraneante dispone de uno o varios críos gritones que, increparán a sus progenitores al grito de ¡me aburro! En estos caso se recuerdan las increíbles posibilidades que se expresaban en la película Edicto siglo XXI, prohibido tener hijos.
Pero la tarde ha llegado. El veraneante paseará por la ciudad o pueblecito que ha elegido para su solaz y, si ha tenido mala suerte en el chiringuito, ¡que la habrá tenido!, puede ser que le acucie una necesidad fisiológica imperativa. La salmonelosis ha efectuado su aparición. ¿Cómo es posible? Pues lo es; ¿qué se esperaba, el universo de Star Trek, tan aséptico él? Sólo habrá que recordar la novela El rebaño ciego, para poder apreciar en toda su integridad lo que se le ha caído encima. Generalmente, después de tres días se ha sobrevivido a las perniciosas acciones de la bacteria. Estos tres días se habrán pasado peregrinando del sofá al cuarto de baño y, si el veraneante es “intelectual”, leyendo los diversos periódicos de ámbito nacional o local. Bastará revisar la prensa del verano para darse cuenta que 1984 no queda tan lejos. Si por un casual el hotelito dispone de televisión veremos que nos hemos sumergido en el mundo de Incordie a Jack Barron con todas sus manifestaciones mediáticas.
Una vez superado el trance colérico, nuestro protagonista veraneante volverá a sus costumbres caniculares. Queda poco para finalizar las vacaciones y hay que aprovecharlas al máximo. El paseo nocturno generalmente acaba en una heladería. Si el grupo que se acerca a la misma es nutrido, los dependientes de tan golosa institución seguramente usarán la máxima de: ¡pida usted lo que quiera que nosotros le serviremos lo que nos salga de los co..., o del co... según los casos!
El veraneo se ha ido convirtiendo en unas Experiencias extremas, dentro de un horrible mundo propio de Philip K. Dick.
Pero las vacaciones se acaban. Este año, encima, se vuelve al trabajo en lunes. Volvemos a cruzar el puente cuántico y nos reencontramos con nuestro mundo normal. Pero… ¡un momento! Algo ha cambiado. Este no es mi mundo. La televisión da buenas series y películas, España no ha invadido Iraq, Rajoy, después de unas elecciones internas en El PP, sucederá a Aznar. ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! ¡Quiero volver!; o mejor no. Me quedo aquí.

Chiclana de la Frontera, agosto de 2003

Nota
1. Tomado directamente de la chirigota Los Cruzados Mágicos, Cádiz 1982

2 comentarios

El autor -

Me encanta que no te guste.
Y sobre todo me encanta que expongas tan claramente tus motivos de disgusto.
Cuando quieras te invito a que escribas algo en el Blog.
Un saludo
Por cierto, la próxima vez me gustaría saber quien eres. Sin acritud ¿eh?

PLO -

MALISIMO