Los ingleses son... ingleses.
La frase del título es una perogrullada pero que he podido comporbar totalmente cierta
Quiero decir que los ingleses son diferentes. Que la llamada flema británica existe. Que no son inventos de autopromoción.
El que escribe ha pasado una semana en Londres, concretamente llegué el día cinco de julio, por lo que es fácilmente deducible que ha vivido el atentado del día siete en toda su salsa.
La historia del día siete es una historia trágica y a la vez reveladora.
Como todos los viajeros que se precien, cuando vamos a conocer una ciudad o lugar mi mujer y yo- solemos hacer que el día cunda lo mas posible. Nos levantamos temprano y después del desayuno salimos a patear la ciudad. Eso hicimos el día siete, aunque a consecuencia de alguna llamada del trabajo desde España ese día salimos un poquito mas tarde, concretamente a las 9.30 hora local de Londres.
Nos dirigimos a coger el metro en la estación de Notting Hill Gate, muy cerca de nuestro hotel y notamos algo extraño: un excesivo numero de personas en las paradas de autobús. Al llegar al metro, éste estaba cerrado. Extrañados nos dirigimos a otra estación relativamente cercana en la misma avenida Bayswater, Kensigton Garden y Hyde Park. Durante el trayecto una chica joven hablaba por su teléfono móvil y en un momento escuché claramente una frase casi gritada: ¡Oh my god!. Me sorprendió sobre todo el tono y le comenté a mi mujer que algo gordo había pasado, tal vez un atentado. Ella me dijo que estaba paranoico. Que le habría pasado algo a ella o a su familia, pero que por qué iba a ser un atentado. En la siguiente estación de metro se arremolinaba la gente y los empleados habían dispuesto un cartel escrito a mano en el que se decía que existía un fallo masivo de potencia y que se cerraban todas las líneas. Extraño, muy extraño.
Como era imposible usar medios de trasporte, decidimos cruzar los jardines de Kensigton y dirigirnos al museo de Historia Natural, detrás del Royal Albert Hall. Durante el paseo por Kensington las sirenas de policía y ambulancias se oían sin parar. Una vez en el museo comenzamos a recibir mensajes SMS desde España preguntando por nuestro estado. Encerrados en el museo, se cerró por dos horas sin posibilidades de salir ni entrar- si había un terrorista cascaba allí mismo con todos- nos enteramos en conversaciones de pasillo de los cuatro atentados.
Después de salir del museo fuimos andando hasta Picadilly, está bastante lejos, porque, como buen friki quería entrar en Forbidden Planet que está un poco, bastante, mas allá.
En el camino me di cuenta que los ingleses son de otra pasta. A primera hora de la tarde todos salían de su trabajo como si tal cosa. Compraban el periódico vespertino, el Evening Standard que por supuesto yo también adquirí- e iban andando a sus casas. Muchos comercios cerraban antes de tiempo, pero aparte de eso, y de las largas caminatas, no se notaba nada diferente. La sensación era de total normalidad. Como diciendo: ¿a mí me vas a asustar con una bomba? Ni de coña.
Y esa sensación se mantuvo los días posteriores. Las autoridades se mantenían en sus informaciones de que todavía no sabían nada y estaban investigando y los ciudadanos confiaban en esas respuestas.
Nada que ver con los comportamientos de otros gobiernos en similares casos.
Desde aquí mi respeto por la actitud del pueblo inglés.
Sencillamente: son unos caballeros, o damas.
© Alfonso Merelo 2005
Quiero decir que los ingleses son diferentes. Que la llamada flema británica existe. Que no son inventos de autopromoción.
El que escribe ha pasado una semana en Londres, concretamente llegué el día cinco de julio, por lo que es fácilmente deducible que ha vivido el atentado del día siete en toda su salsa.
La historia del día siete es una historia trágica y a la vez reveladora.
Como todos los viajeros que se precien, cuando vamos a conocer una ciudad o lugar mi mujer y yo- solemos hacer que el día cunda lo mas posible. Nos levantamos temprano y después del desayuno salimos a patear la ciudad. Eso hicimos el día siete, aunque a consecuencia de alguna llamada del trabajo desde España ese día salimos un poquito mas tarde, concretamente a las 9.30 hora local de Londres.
Nos dirigimos a coger el metro en la estación de Notting Hill Gate, muy cerca de nuestro hotel y notamos algo extraño: un excesivo numero de personas en las paradas de autobús. Al llegar al metro, éste estaba cerrado. Extrañados nos dirigimos a otra estación relativamente cercana en la misma avenida Bayswater, Kensigton Garden y Hyde Park. Durante el trayecto una chica joven hablaba por su teléfono móvil y en un momento escuché claramente una frase casi gritada: ¡Oh my god!. Me sorprendió sobre todo el tono y le comenté a mi mujer que algo gordo había pasado, tal vez un atentado. Ella me dijo que estaba paranoico. Que le habría pasado algo a ella o a su familia, pero que por qué iba a ser un atentado. En la siguiente estación de metro se arremolinaba la gente y los empleados habían dispuesto un cartel escrito a mano en el que se decía que existía un fallo masivo de potencia y que se cerraban todas las líneas. Extraño, muy extraño.
Como era imposible usar medios de trasporte, decidimos cruzar los jardines de Kensigton y dirigirnos al museo de Historia Natural, detrás del Royal Albert Hall. Durante el paseo por Kensington las sirenas de policía y ambulancias se oían sin parar. Una vez en el museo comenzamos a recibir mensajes SMS desde España preguntando por nuestro estado. Encerrados en el museo, se cerró por dos horas sin posibilidades de salir ni entrar- si había un terrorista cascaba allí mismo con todos- nos enteramos en conversaciones de pasillo de los cuatro atentados.
Después de salir del museo fuimos andando hasta Picadilly, está bastante lejos, porque, como buen friki quería entrar en Forbidden Planet que está un poco, bastante, mas allá.
En el camino me di cuenta que los ingleses son de otra pasta. A primera hora de la tarde todos salían de su trabajo como si tal cosa. Compraban el periódico vespertino, el Evening Standard que por supuesto yo también adquirí- e iban andando a sus casas. Muchos comercios cerraban antes de tiempo, pero aparte de eso, y de las largas caminatas, no se notaba nada diferente. La sensación era de total normalidad. Como diciendo: ¿a mí me vas a asustar con una bomba? Ni de coña.
Y esa sensación se mantuvo los días posteriores. Las autoridades se mantenían en sus informaciones de que todavía no sabían nada y estaban investigando y los ciudadanos confiaban en esas respuestas.
Nada que ver con los comportamientos de otros gobiernos en similares casos.
Desde aquí mi respeto por la actitud del pueblo inglés.
Sencillamente: son unos caballeros, o damas.
© Alfonso Merelo 2005
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